lunes, 28 de julio de 2008

El comercio medieval


A la hora de hablar del comercio en la Edad Media hay que tener en cuenta un "antes" y un "después" que podría datarse en el renacer cultural, económico y social acaecido en el siglo XI.
Hasta la undécima centuria el comercio había tenido escasa actividad desde la caía del Imperio Romano de Occidente. Las sociedades en la Alta Edad Media estaban bastante cerradas y aunque no completamente, lo cierto que existía una casi mayoritaria economía de autarquía.
Esta situación del comercio medieval va a cambiar a partir del citado siglo XI, momento en que se reimpulsa la importancia de las ciudades y éstas se hacen más populosas. No hay que olvidar que las ciudades desempeñaron un papel muy importante en la Europa medieval como centros de enseñanza, de gobierno y de religión. Pero sobre todo fueron lugares clave para un nuevo sistema comercial sin el cual, probablemente, nunca hubUna parte de estas actividades comerciales medievales tenían carácter local. En este sentido, las ciudades desempeñaban el papel de mercados para las zonas agrícolas vecinas.
Si tomamos como modelo el sistema de Comunidades de Villa y Tierra castellano, vemos que la en la villa o población capital de todo un alfoz de aldeas y tierras se convierte en el centro comercial de toda la comunidad al celebrase mercados y ferias a los que acudían las gentes de toda la comarca para abastecerse.ieran nacidoEn otros casos y para otro tipo de productos, el comercio había de tener características regionales. Tal es el caso, por ejemplo, de las populosas ciudades de Flandes que necesitaban trigo y vino procedente de la región de París y que eran transportados en grandes carretas por el norte de Francia.

A pesar de la citada depresión económica de los primeros siglos altomedievales, es cierto que no había desaparecido completamente la demanda de artículos de lujo y especias procedentes de Oriente, como seda o pimienta.
Estos valiosos productos procedían de distintos lugares de Asía y tenían como escala las poderosas ciudades de Constantinopla y Alejandría desde donde partían -en pequeña escala- a otras metas de la geografía europea.
Pero es a partir del siglo XII y el fortalecimiento de las ciudades costeras italianas como Venecia, Pisa, Palermo y Génova cuando se reactiva intensamente el comercio con Oriente.
El interés medieval por asegurar rutas rápidas y seguras para proveerse de las maravillas asiáticas y buscar alternativas más baratas y rápidas para la tradicional "Ruta de la Seda" marca todos los siglos de la Baja Edad Media. No es necesario insistir en este aspecto pues es de todos conocidos los intentos portugueses durante el siglo XV por acceder a Asia rodeando el continente africano por el sur o el mismo anhelo del propio Cristóbal Colón en llegar a Asia rodeando el esférico mundo, en sentido contrario a las rutas convencionales.
A este interés de acercar Oriente con Occidente no es ajeno el impacto causado por los productos traídos reales y las invenciones contadas por Marco Polo es sus aventuras asiáticas del siglo XIII.

Toda Europa empezó a verse afectada también por la expansión del comercio internacional. Flandes importaba lana española (por los puertos del Cantábrico) e inglesa, y vendía luego los tejidos acabados en muchos lugares de Europa. Hacia 1190 se había creado así un importante vínculo comercial con las ciudades del norte de Italia, pues los tejidos flamencos se vendían al por mayor a los mercaderes italianos en las ferias industriales de la Champaña.
Durante el siglo XIII prosiguió la expansión. Los mercaderes alemanes desarrollaron y organizaron el comercio en el Báltico a través de ciudades como Colonia, Lübeck y Danzig. Hacia 1250, Flandes empezó a considerar los trigales de Alemania oriental como una de sus principales fuentes de aprovisionamiento. A partir de entonces, las ferias de la Champaña perdieron importancia, especialmente cuando los perfeccionamientos en la navegación permitieron abrir una ruta marítima directa entre Italia, Flandes y el Báltico, a través del estrecho de Gibraltar que, de esta manera, recobró su antigua importancia.
En el Báltico, las ciudades más poderosas se unieron en una federación política y comercial, la denominada Liga Hanseática. Si bien creada con fines defensivos para proteger los privilegios obtenidos por los alemanes en el Báltico durante el siglo XIII, así como para eliminar a posibles rivales, era un fiel reflejo de las enormes riquezas y poderío de que disfrutaban las ciudades.



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