lunes, 28 de julio de 2008

Edad contemporanea


Edad Contemporánea es el nombre con el que se designa el periodo histórico comprendido entre la Revolución francesa y la actualidad. Comprende un total de 219 años, entre 1789 y 2008. La humanidad experimentó una transición demográfica, concluida para las sociedades más avanzadas (el llamado primer mundo) y aún en curso para la mayor parte (los países subdesarrollados y los recientemente industrializados), que ha llevado su crecimiento más allá de los límites que le imponía históricamente la naturaleza, consiguiendo la generalización del consumo de todo tipo de productos, servicios y recursos naturales que han elevado para una gran parte de los seres humanos su nivel de vida de una forma antes insospechada, pero que han agudizado las desigualdades sociales y espaciales y dejan planteando para el futuro próximo graves incertidumbres medioambientales.
Los acontecimientos de esta época se han visto marcados por transformaciones aceleradas en la economía, la sociedad y la tecnología que han merecido el nombre de Revolución Industrial, al tiempo que se destruía la sociedad preindustrial y se construía una sociedad de clases presidida por una burguesía que contempló el declive de sus antagonistas tradicionales: los privilegiados y el nacimiento y desarrollo de uno nuevo: el movimiento obrero, en nombre del cual se plantearon distintas alternativas al capitalismo. Más espectaculares fueron incluso las transformaciones políticas e ideológicas (Revolución liberal, nacionalismo, totalitarismos); así como las mutaciones del mapa político mundial y las mayores guerras conocidas por la humanidad.
La ciencia y la cultura entran en un periodo de extraordinario desarrollo y fecundidad; mientras que el arte y la literatura, liberados por el romanticismo de las sujecciones académicas y abiertos a un público y un mercado cada vez más amplios; se han visto sometidos al impacto de los nuevos medios de comunicación de masas, escritos y audiovisuales, lo que les provocó una verdadera crisis de identidad que comienza con el impresionismo y las vanguardias y aún no se ha superado.

La Edad Contemporánea es una división reciente de la historia, ya que es el cuarto segmento de la vieja clasificación de Cristóbal Celarius en Antigüedad, Edad Media y Edad Moderna. De hecho, lo que para los historiadores de tradición latina es la "Edad Contemporánea" o "Época Contemporánea", para los historiadores anglosajones son los Late Modern Times (literalmente "Últimos Tiempos Modernos", traducible como "Edad Moderna Tardía" o "Edad Moderna Posterior"), en contraste con los Early Modern Times (literalmente "Tempranos Tiempos Modernos", traducible como "Edad Moderna Temprana" o "Edad Moderna Anterior"). Es legítimo cuestionarse si hubo más continuidad o más ruptura entre la Edad Moderna y la Contemporánea.Si se define la Modernidad como el desarrollo de una cosmovisión con rasgos bien característicos (antropocentrismo -confianza en el ser humano por sobre lo divino-, idea de progreso social, énfasis en la libertad individual, valoración del conocimiento y la investigación científicas, etcétera), entonces es claro que la Edad Contemporánea es una continuación de todos estos conceptos, que surgieron en Europa Occidental a finales del siglo XV y comienzos del XVI con el Humanismo, el Renacimiento y la Reforma Protestante; y se acentuaron durante la denominada crisis de la conciencia europea de finales del siglo XVII, que incluyó la Revolución Científica y preludió a la Ilustración. Las revoluciones de finales del XVIII y comienzos del XIX pueden entenderse como la culminación lógica y exacerbación de esta cosmovisión respecto del período precedente. A partir de entonces, la confianza en el ser humano y en el progreso científico se manifestó en una ideología muy característica: el positivismo, que encontró su reflejo político en el liberalismo y en el secularismo, y religioso en el agnosticismo; llevado a su extremo, permitió el desarrollo del darwinismo social. A su vez, la doctrina de los derechos humanos, desarrollada con elementos anteriores, se plasmó para dar forma a la democracia contemporánea, que a partir del siglo XIX se fue extendiendo con distintas vicisitudes hasta llegar a ser el ideal más universalmente aceptado de forma de gobierno en la actualidad, con notables excepciones.
Pero por otra parte, durante la Edad Contemporánea se desarrolló también un discurso correlativo que pone un fuerte énfasis en la llamada crítica de la Modernidad, y que en su vertiente más radical desemboca en el nihilismo. Es posible seguir el hilo de esta crítica de la Modernidad en el Romanticismo y su utopía de reencontrarse con las raíces históricas de los pueblos, o en la filosofía de Arthur Schopenhauer o más modernamente del Existencialismo, o en ideologías políticas como el comunismo, o en estilos artísticos como el teatro del absurdo, o en concepciones teóricas como el Postmodernismo, por mencionar tan solo algunos ejemplos puntuales. Pero por otra parte, la idea de reemplazar al ideal ilustrado de progreso y confianza optimista en las capacidades del ser humano, es en sí misma una noción progresista y de confianza en la capacidad del ser humano que efectúa esa crítica, por lo que esas "superaciones de la Modernidad" muchas veces son vistas a posteriori como nuevas variantes del discurso moderno.[1]
En cada uno de los planos principales del devenir histórico (económico, social y político), puede cuestionarse si la Edad Contemporánea es una superación de las fuerzas rectoras de la Modernidad o sólo significa el periodo en que triunfan y alcanzan todo su potencial de desarrollo las fuerzas económicas y sociales que durante la Edad Moderna se iban gestando lentamente: el capitalismo y la burguesía; y las entidades políticas que lo hacían de forma paralela: la nación y el Estado. En el siglo XIX, estos elementos confluyeron para conformar la formación social histórica del estado liberal decimonónico europeo clásico, regido por una minoría burguesa empecinada en la acumulación de capital, asentada sobre una gran masa de proletarios, compartimentada por las fronteras de unos Estados nacionales de dimensiones compatibles con mercados nacionales que a su vez controlaban un espacio exterior disponible para su expansión colonial.

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